fbpx

Las hijas del fuego: Cuerpos en tensión

CríticasNovedadespeliculas

Written by:

Los créditos iniciales de Las hijas del fuego generan una hipótesis de lectura. Líneas que, entrecortadas, separan dúos de nombres de mujeres, que son las protagonistas de la película. Ninguna se destaca, van juntas y a la vez separadas por esas líneas que suponen una carretera. Un viaje será el motivo por el cual estas chicas formarán de a poco un conjunto errante, amoroso y deseante; un viaje, un recorrido que tiene mucho de las travesías de David Lynch y de los trayectos de Lucrecia Martel.

En ese recorrido la naturaleza no es un elemento objetivable, la naturaleza son los cuerpos de esas pibas y son a la vez ese territorio a explorar. La gran pregunta que el cine se hizo desde sus comienzos es el de la representación, en este caso Albertina Carri refunda esta pregunta pero con otra mirada: ¿Se puede representar un cuerpo —los cuerpos—  desde el goce que generan y a la vez que se genera entre ellos?, ¿se puede representar el goce, el disfrute, la caricia, la amorosidad sin devenir en el romanticismo que el cine hegemónico propone en estos casos?, ¿cómo representar el amor libre, ese amor que une y desune a los cuerpos en sus recovecos, en sus huecos, en sus penetraciones, en sus roces?

porno

Una de las respuestas a las que llega Carri, no sin conflicto, es al porno. Género devaluado por la insistencia de la mirada machista, devaluado hasta la cosificación de los deseos en esqueletos de cuerpos que recortan fragmentos de goce impostado para la mirada también fetichista y patriarcal del espectador. Deconstruir las raíces del porno y hacerlo amoroso, cambiar el eje de la mirada y volverlo femenino y feminista. Porno de mujeres, con cuerpos reales, cuerpos no vueltos objetos sino sujetos de placer y de goce. Esos cuerpos no son los de las publicidades, los que se ven en la tele con su perfección de botox, con sus maquillajes de cera, con sus atavíos de clase. Son cuerpos de pibas que rebosan de placer, que se disfutan en la mirada de las otras, que construyen su subjetividad a partir de la mirada de los otros. Cuerpos que suturan el dolor y la angustia y los devuelven como gestos de puro amor, de puro goce. Alejadas de la milicia y del clero, conjurando las marcas que estas instituciones dejan en la cabeza y el cuerpo, esas pibas las vuelven tatuajes, marcas libres, subjetivas, mandalas infinitos que abren pero nunca cierran. Alejadas del patriarcado como la mayor estrategia de poder, estas pibas nunca se relacionan a partir de estructuras jerárquicas de poder, sino a partir de uniones que se dibujan en la natural relación de esos cuerpos en movimiento.

albertina carri

A su vez, esos cuerpos de las pibas forman de a poco, en ese viaje, un cuerpo único, común. Una comunidad fuera de las instituciones que se abocará al rescate de mujeres sometidas a la heredada autoridad del macho cabrío. Esa comunidad de “heroínas” que no tienen superpoderes actúa por solidaridad (tan devaluada, tan ajada en estos tiempos) con sus congéneres, con su género, sea éste el que sea. Actúan para ayudar a preservar la subjetividad amenazada de mujeres que están relegadas a la mirada implacable del hombre. 

Finalmente, como en todo el cine de Albertina Carri, el deseo que se atisba entre esos recorridos territoriales es el deseo de alcanzar la propia identidad. Saber quiénes somos y no qué somos es tal vez la respuesta que Carri busca desde su primera película. El recorrido de esas pibas es el recorrido de Carri en su búsqueda incesante, esa búsqueda que lleva inscrita, en el cuerpo y en el alma, las marcas de una sociedad que desde hace mucho tiempo define a los sujetos como objetos, obstruyendo la posibilidad de pensarse como sujetos libres, activos y deseantes. En definitiva, dice un dicho popular, que nacemos solos y morimos solos; las hijas del fuego son las hijas de esos padres prometeicos que ofrecieron a regañadientes su fuego interior, algunos luchadores, algunos laburantes, algunos cargando una herencia de autoridad y sometimiento y dolor. Un patriarcado que hace un tiempo ha hecho crisis.

viaje

Sin embargo, esas hijas que devienen comunidad se vuelven solitarias sobre el final de la película. La duración del plano final resignifica la película y le da un nuevo sentido: estamos solas aunque devengamos de un grupo; somos solas, aunque tengamos o no padres y madres. El goce en esa soledad es la reafirmación de una subjetividad que forma una poética donde la pulsión y el deseo se tensionan, donde la imposibilidad del amor romántico se hace presente, donde la autonomía y la libertad de los cuerpos es esencial, donde solo queda el gesto íntimo que revela que el goce es, definitivamente, aquello que nos constituye.

.

.

.


No te pierdas de Las hijas del fuego, y otras tantas películas de Albertina Carri, en QubitTV.


 

Las hijas del fuego

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.